El cuento tradicional
Bien, comenzamos a trabajar con el material teórico que cada uno trajo acerca del relato tradicional, sus principales características. Compartimos datos, anotamos en el pizarrón, tomaron nota. Les conté de Vladimir Propp (
http://es.wikipedia.org/wiki/Vlad%C3%ADmir_Propp) y su estudio del cuento tradicional en
Morfología del cuento. Retomamos algunas de sus características (de las treinta y pico que él rescató)
Leímos el cuento "Los tres deseos" y en un par de consignas identificamos las características propuestas por Propp.
Acá va otra versión diferente de la que leímos en clase y de paso, queda en evidencia esta cuestión que comentamos acerca de que cada vez que se relata un cuento, se produce una versión diferente de él, diferente de otra anterior.
Los tres deseos
Había una vez un hombre, que no era muy rico, que se casó
con una bella mujer. Una noche de invierno, sentados junto al fuego, comentaban
la felicidad de sus vecinos que eran más ricos que ellos.
-¡Oh! -decía la
mujer- si pudiera disponer de todo lo que yo quisiera, sería muy pronto mucho
más feliz que todas estas personas.
-Y yo -dijo el marido-. Me gustaría
vivir en el tiempo de las hadas y que hubiera una lo suficientemente buena como
para concederme todo lo que yo quisiera.
En ese preciso instante, vieron
en su cocina a una dama muy hermosa, que les dijo:
-Soy un hada; prometo
concederles las tres primeras cosas que deseen; pero tengan cuidado: después de haber
deseado tres cosas, no les concederé nada
más.
Cuando el hada desapareció, aquel hombre y aquella mujer se hallaron
muy confusos:
-Para mí, que soy el ama de casa -dijo la mujer- sé muy
bien cuál sería mi deseo: no lo deseo aún formalmente, pero creo que no hay nada
mejor que ser bella, rica y fina.
-Pero, -contestó el marido- aún
teniendo todas esas cosas, uno puede estar enfermo, triste o incluso puede morir
joven: sería más prudente desear salud, alegría y una larga vida.
-¿De
qué serviría una larga vida, si se es pobre? -dijo la mujer-. Eso sólo serviría
para ser desgraciado durante más tiempo. En realidad, el hada habría debido
prometer concedernos una docena de deseos, pues hay por lo menos una docena de
cosas que yo necesitaría.
-Eso es cierto -dijo el marido- pero démonos
tiempo, pensemos de aquí a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más
necesarias, y luego las pediremos.
-Puedo pensar en ello toda la noche
-dijo la mujer- mientras tanto, calentémonos pues hace frío.
Mientras
hablaba, la mujer cogió unas tenazas y atizó el fuego; y cuando vio que había
bastantes carbones encendidos, dijo sin reflexionar:
-He aquí un buen
fuego, me gustaría tener un alna de morcilla para cenar, podríamos asarla
fácilmente.
Tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, cayó por
la chimenea un alna de morcilla.
-¡Maldita sea la tragona con su
morcilla! -dijo el marido-; no es un hermoso deseo, y sólo nos quedan dos que
formular; por lo que a mí respecta, me gustaría que llevaras la morcilla en la
punta de la nariz.
Y, al instante, el hombre se percató de que era más
tonto aún que su mujer, pues, por ese segundo deseo, la morcilla saltó a la
punta de la nariz de aquella pobre mujer que no podía arrancársela.
-¡Qué
desgraciada soy! -exclamó- ¡eres un malvado por haber deseado que la morcilla se
situara en la punta de mi nariz!
-Te juro, esposa querida, que no he
pensado en que pudiera ocurrir -dijo el marido-. ¿Qué podemos hacer? Voy a
desear grandes riquezas y te haré un estuche de oro para tapar la
morcilla.
-¡Cuídate mucho de hacerlo! -prosiguió la mujer- pues me
suicidaría si tuviera que vivir con esta morcilla en mi nariz, te lo aseguro.
Sólo nos queda un deseo, cédemelo o me arrojaré por la ventana.
Mientras
pronunciaba estas frases corrió a abrir la ventana y su marido, que la amaba,
gritó:
-Detente mi querida esposa, te doy permiso para que pidas lo que
quieras.
-Muy bien, -dijo la mujer- deseo que esta morcilla caiga al
suelo.
Y al instante, la morcilla cayó. La mujer, que era inteligente,
dijo a su marido:
-El hada se ha burlado de nosotros, y ha tenido razón.
Tal vez hubiéramos sido más desgraciados siendo más ricos de lo que somos en
este momento. Créeme, amigo mío, no deseemos nada y tomemos
las cosas como Dios tenga a bien mandárnoslas; mientras tanto, comámonos la
morcilla, puesto que es lo único que nos queda de los tres deseos.
El
marido pensó que su mujer tenía razón, y cenaron alegremente, sin volver a
preocuparse por las cosas que habrían podido desear.